BITÁCORA DE UN NÁUFRAGO INDIGNADO



Desde una isla casi desierta, un Robinson en el océano de la globalización. Atento/conectado/indignado veo pasar el mundo nada indiferente. Una verbena, un gran guiñol, un despropósito… Mas no puedo huir del sinsentido; estoy enganchado al destino de los demasiado humanos. Estoy condenado a pensar el mundo y verterlo en palabras y lanzarlo al mar en botellas de ceros y unos.



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sábado, 8 de septiembre de 2012

REBELDES CON CAUSA


                                    
No estamos solo en una crisis. Esto es el colapso de un modelo, el que se forjó durante la Transición española y que destiló lo que se viene llamando la CT (Cultura de la Transición). Todo se articuló en torno a la palabra consenso y eso también era válido para una economía (consensonimic la denomina Isidro López) cuyos resultados están ahí: el desmantelamiento del tejido productivo español de antes de 1978, la precariedad del mercado de trabajo y la avalancha de capitales foráneos a través de los mercados financieros e inmobiliarios. Los datos están ahí: ¿se acuerdan de Orbea, BH, Barreiros, Montesa, Revilla, Gullón…, de nuestra minería, de la agricultura floreciente?, unido a que el poder adquisitivo de los trabajadores españoles no ha hecho sino descender desde entonces  en un “país de servicios” donde la baza inmobiliaria ha sido dominante. El otro factor determinante ha sido la inmersión en el espacio económico europeo (nótese que digo económico), que nos exigió una serie de sacrificios que iban precisamente en la línea de las medidas que acabamos de enumerar. Es decir, en sintonía con el credo neoliberal dominante, sobre todo a partir de los años ochenta. Así pues los relatos del consenso, de la Monarquía salvadora (tras el oscuro 23-F), de la Europa redentora se consolidaron como dominantes y fueron asumidos principalmente por los dos grandes partidos nacionales que quedaron tras la inmolación de Suárez (ese franquista que se tomó tan en serio la democracia que hubo un momento que resultaba molesto…) y sus marcas políticas. La clase media española, ilusionada con el sueño de pertenecer al privilegiado club europeo, interiorizó estos relatos. De esta manera la nueva Restauración borbónica se fue configurando, con apoyo mayoritario en las urnas, a través de un sistema de partidos que se iban repartiendo puestos, “sinecuras y canonjías” dispensados por las respectivas direcciones orgánicas. Hasta tal punto que el PPOE ha sido valedor de una “clase senatorial” cuyos privilegios contrastaban con las precarias condiciones de la mayoría de los trabajadores españoles.
En esto llegó el crack del 2008, reconocido tardíamente por el ingenuo gobierno de Zapatero hasta que lo despertó el primer golpe de mano de Bruselas en mayo de 2010, al que siguieron los primeros recortes, el batacazo del PSOE y la entronización de Mariano Rajoy. El resto es bien conocido: el nuevo Presidente dice que gobierna y Bruselas, perdón Berlín, le indica qué tiene que hacer… Por muchas escenificaciones y repartos de papeles que se desplieguen, como ha ocurrido esta semana entre Angela Merkel (respaldando las duras medidas de Rajoy en el propio Madrid) y Mario Draghi (exigiendo que pidamos el rescate), el guion está bien claro y se dicta desde los bancos alemanes alineados con el Bundesbank. Lo demás son comparsas, muy especialmente Van Rompuy, Durao Barroso y demás euroburócratas. Hollande, el supuesto contrapunto, está amordazado por sus propios bancos, también acreedores de los países periféricos. Así pues, la Europa benefactora, la madre de todos nuestros progresos, es en realidad una madrastra con cetro de banco franco-alemán, que son quienes realmente marcan la pauta a la emperatriz Merkel y a su fiel escudero Mario Draghi. La principal potencia europea ha conseguido por fin dominar el Viejo Continente (“Deutschland, Deutschland über alles”/ “Alemania sobre todas las cosas, reza su himno”), esta vez sin recurrir a la fuerza, una opción que le salió bastante mal en anteriores intentos expansionistas. Entre tanto los gobiernos de las colonias periféricas se empeñan en meternos a todos en cintura con un desmantelamiento, cada vez menos disimulado, del Estado de Bienestar a través de unos recortes que, según el relato oficial, vienen para salvar el Welfare State: la cuadratura del círculo. Los relatos dominantes están alcanzando un nivel de sinsentido desopilante, aireando promesas de sacrificios necesarios, imperativos ineludibles, sentidos del deber y toda esa parafernalia pseudopatriótica que cuenta con el contexto favorable de una oposición cómplice, desnortada y sin alternativa, una buena parte de la ciudadanía atemorizada y unos medios de comunicación mayoritariamente colaboracionistas, mucho más tras la reconversión de RTVE en un aparato de propaganda al servicio del gobierno.
No basta tener un colmillo crítico muy retorcido para comprobar que estamos a las órdenes del Sacro Imperio Germánico, que esta vez ha adoptado el credo neoliberal vigilado por los superpoderes financieros y canalizado por Su Santidad el euro. Ante los destellos de la moneda germana –no es errata- tenemos que someternos mientras nos vamos dejando mucho más que los pelos por las cada vez más estrechas gateras por donde nos hacen entrar a los gatos-cerdos  periféricos. “Todo por Europa”. Pero esto no es nuevo, se remonta a los tiempos de la Transición –y volvemos al comienzo de nuestro artículo-, cuando España decidió optar por ese camino europeísta con total unanimidad. Tras las negociaciones y final incorporación a la CEE empezó nuestra pérdida de soberanía real, el sometimiento al único camino del Gran Mercado paneuropeo que se estaba diseñando (lo de la retórica europeísta era eso, retórica). Una agricultura competitiva no interesaba a Francia (nos dejarían los cítricos y los cultivos de primor), una industria fuerte tampoco a Alemania, pero España era un mercado muy atractivo para colocar manufacturas y para invertir en turismo, servicios y vías de comunicación con capitales centroeuropeos. De esta manera, sobre todo a partir de los noventa, fluyeron los eurofondos y capitales foráneos, nos llenamos de infraestructuras, se fue inflando la burbuja inmobiliaria, alimentada por capitales provenientes sectores que se iban desmantelando: los agricultores querían tener su piso en Teruel o Soria, los mineros prejubilados también invirtieron en su porción de ladrillo, como muchos asalariados que conformaron esa “sociedad de propietarios”… España no producía casi nada, pero tenía buenos servicios, magníficas carreteras (ya se podía venir cómodamente desde Hamburgo a Marbella) y muchas casas, también para los jubilados del norte. ¿Quién se benefició de ello? Capitales y centros financieros centroeuropeos y los avispados de aquí, además de una clase política autóctona que tuvo su parte alícuota. Ahora, en plena crisis dramática, se echa la culpa a esa casta que no supo ver el descalabro, que no supo fomentar el tejido productivo, el I+D+I+I, etc. Pero, aun asumiendo su indudable miopía, una inquietante pregunta sale al paso: ¿les dejaron a nuestros políticos hacer algo distinto quienes realmente nos pilotan desde el corazón de la Europa rica? Y siguen las preguntas: ¿nos dejarán salir de ese vicioso círculo de recortes-amortización de deuda-hachazos-más pagos con intereses…? Me temo que solamente si ven peligrar el euro (goza de buena salud, no lo duden) o los beneficios de la industria exportadora del Sacro Imperio Germánico. Así pues, una crisis que puso en evidencia los excesos del capitalismo financiero internacional acaba reforzando el sistema, pues  se toma como la excusa oportuna para desmontar el Estado de bienestar, ese tesoro europeo que nos impide ser competitivos con Estados Unidos, China, Rusia y los emergentes… A eso hay que añadir la peculiaridad española: una derecha de matriz autoritaria que aprovecha el río revuelto para iniciar una contrarreforma que merma los derechos ciudadanos.
Volvamos a los inicios de esta historia épica, porque estas y otras circunstancias ponen sobre el tapete el agotamiento del “sagrado consenso” de la Transición. Los mitos allí generados han ido cayendo: la Eurotierra Prometida, el imperativo del pacto y de la moderación salarial, la monarquía salvífica (con Príncipes corruptos y elefantes abatidos), las elites culturales, la SGAE, el sistema autonómico… Este último frente va a constituir una de las grietas más dramáticas cuando Cataluña y el País Vasco promuevan una muy probable escisión de una nación cuya unidad está garantizada por el Ejército, según la Constitución.  Así pues, en todos los frentes se resquebraja aquel edificio encantado que se cimentó en las ruinas del franquismo y que se presentaba como modélico. Y resulta que ese país ejemplar para nuestros vecinos ricos se ha convertido, por arte de birle birloque, en un un villano moroso… En esta lamentable situación la disyuntiva es inapelable: aceptar estoicamente las euromentiras amplificadas por el gobierno español o rebelarse. Pues en este juego hay unos perdedores (los trabajadores y pequeños empresarios) y unos beneficiarios que ya conocen. Ante las turbulencias, los defensores del injusto sistema se están blindando y están volviéndose agresivos (síntoma inequívoco de decadencia); quienes no quieren participar de esa farsa cada vez más son vistos como disidentes, antipatriotas. Una situación que tiene muchos paralelismos con los últimos años del franquismo… Y ya saben cómo acabaron los resistentes del búnker, solo que mientras se desmoronan aplicarán ese viejo lema militar de “morir matando”.

       Jaime Miñana.  Filósofo  (@jaimeminana)   


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