BITÁCORA DE UN NÁUFRAGO INDIGNADO



Desde una isla casi desierta, un Robinson en el océano de la globalización. Atento/conectado/indignado veo pasar el mundo nada indiferente. Una verbena, un gran guiñol, un despropósito… Mas no puedo huir del sinsentido; estoy enganchado al destino de los demasiado humanos. Estoy condenado a pensar el mundo y verterlo en palabras y lanzarlo al mar en botellas de ceros y unos.



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domingo, 6 de octubre de 2013

POR EL CAMBIO... DE RÉGIMEN



España está enferma. Los "bunkerizados" partidarios del régimen de la Transición no se han enterado, o no se quieren enterar, y aplican cataplasmas a un enfermo terminal. La Constitución está muerta y su máximo garante -el presidente criptopepero del Tribunal Constitucional- totalmente desautorizado. El tancredismo y el miope partidismo cortoplacista de Rajoy han llevado las instituciones al descrédito o al marasmo, que no sabemos qué es peor. El Gobierno huele a muerto, el PSOE está en la agonía, UPD danza con oportunismo la yenka e IU se ve desbordada por una creciente ola de indignación social, lo mismo que la vetusta maquinaria sindical. El plan de los partidarios de este régimen comatoso es resistir (prima preservar sus privilegios), pero la realidad se les está echando encima. El fuego ha empezado en Cataluña. El órdago de una mayoría que no se siente española, azuzada por interesados virus nacionalistas, va en serio y ahora no es presentable recurrir al Ejército como garante de la "incuestionable unidad de España". ¿No se abrió el hermético melón constitucional para satisfacer a los MerKados, con k de Merkel?, por qué no volver a hacerlo para lograr un encaje de las nacionalidades históricas (los vascos están agazapados dejando ahora a los catalanes el trabajo sucio…). Los periféricos han encontrado un sueño al que amarrarse ante el naufragio del Estado español mientras los socialistas hacen gorgoritos federalistas y el Gobierno se enroca blindando una Carta Magna que se salta a la torera en la sostenida demolición de los derechos sociales, asesinando a Montesquieu y su división de poderes, despreciando al Parlamento o haciendo continua burla del respeto y transparencia democráticos. ¿Pero quién puede creer a estos políticos de la derecha que han sostenido -presuntamente, claro- una mafia lucrativa en connivencia con los poderes económicos para saquear impunemente los recursos del Estado? ¿Pretenden convencernos con letanías goebbelsianas amplificadas desde su vasto y paniaguado imperio mediático, o pretenden narcotizarnos con leyes de transparencia buenrrollista? La patética pantomima del Presidente-plasma y sus acólitos ha llegado a tal punto que estoy seguro de que hay muchos ciudadanos con un mínimo sentido crítico, además de los catalanes, que firmarían la "independencia virtual del Gobierno de Rajoy".

Pero no solo es culpa del jefe de Ejecutivo más incapaz de la Democracia (ZP dejó el listón-tontón muy alto); el diagnóstico cancerígeno tiene más calado: el régimen de la Transición se ha quedado obsoleto, superado en todos frentes. Nació de un pacto en el que las izquierdas renunciaron a sus legítimas demandas históricas, políticas y sociales para asegurar una democracia coronada por un heredero designado por Franco que preservaría el tablero dominante de las fuerzas fácticas de siempre. Se entiende la urgencia de aquellas circunstancias especiales, pero por eso mismo los problemas de fondo se acometieron a medias para satisfacer supuestamente a todos. Y de aquellas "comprensibles" medianías estos grandes sofocos. Los parches de entonces han devenido insalvables socavones ahora… Se cerró en falso el planificado genocidio de Franco (Paul Preston dixit y la Justicia argentina nos lo recuerda ante la reiterada obstrucción de los jueces españoles), se improvisó el "café para todos" de las autonomías que hoy no contenta ni a los crecientes jacobinos, nostálgicos del “una, grande, libre”, ni a los radicalizados nacionalistas periféricos; aprovechando la corriente de consenso, y para conjurar el caos, se instauró un sistema político que  fortalecía unos partidos que han devenido casi únicos actores con poder omnímodo a través de una clase senatorial conchabada con los superpoderes económico-financieros. Ciertamente nos dieron una democracia formal, nos sumergieron en el sueño de una Europa próspera que ahora Merkel ha vendido a los mercados y nos depararon un ansiado estado de bienestar que están desmontando con alevosía... La ciudadanía más consciente no se contenta con esas apariencias, desea un profundo replanteamiento en pos de mecanismos genuinamente democráticos del siglo XXI: resortes participativos en la era online, creíble transparencia, economía del bien común (Christian Felber), control de las oligarquías y superpoderes, respeto a las identidades nacionales, sexuales, religiosas y culturales, valores ecológicos y solidarios, educación y sanidad públicas de calidad, apuesta por la innovación y la cultura, etc. Por mucho que su retórica y su propaganda remitan a inminentes paraísos de prosperidad (siempre económica, lo demás qué más da), los dos grandes partidos no apuestan por ese cambio radical, discurriendo la praxis del actual gobierno en sentido contrario. La derecha en el poder es ideológicamente rancia, españolista y autoritaria, su praxis es corrupta, benefactora de sus oligarquías, opaca, manipuladora y mentirosa; su proyecto económico es enemigo de la industria cultural, caciquista, partidario de los pelotazos especulativos y del empresariado señorial antes que del cacareado emprendimiento; es depredadora del medio ambiente, católica al viejo uso (el Papa Francisco la ha puesto en evidencia), incompetente y moralmente deslegitimada. El Gobierno se aferra a cualquier síntoma de buen augurio macroeconómico que casi siempre se corrige al mes siguiente - exportaciones, empleo y pasará con la prima de riesgo-, pero la realidad es muy tozuda: la deuda se agiganta, el paro persiste, el consumo sigue estancado, la industria continúa desmantelándose y el crédito no fluye…; hemos salvado a los podridos bancos con nuestro dinero mientras se empobrecen las clases medias y trabajadoras, la generación de jóvenes mejor preparada de la historia hace cola en los aeropuertos, la marca España no vale un chavo (pregúntenselo al COI) y nadie se atreve a emprender porque no hay flujo dinerario ni confianza. Ante este estercolero el PSOE no se visualiza como alternativa creíble para unos ciudadanos que parecen estar demasiado a la expectativa, demasiado temerosos. Solo nos queda confiar en los hados. ¿Sacarán las acuciantes circunstancias de su privilegiado búnker al putrefacto establishment de la Transición? Entretanto sigue oliendo a cadáver nada exquisito.

                                      
                                        Jaime Miñana. Filósofo          






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